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viernes, 20 de julio de 2018

Tardes de julio


Atardecer
Sunset reeds, de Russ Seidel
El edificio está casi vacío y en silencio. Nada más escuchamos los ruidos de nuestras sillas al moverse, el clic clic del ratón y el clap clap del teclado. Si no estuviera Sara Pestes conmigo casi tendría miedo. No hay estudiantes, ni visitas, parece que mis compañeros se han escondido para dormir la siesta o se han largado a la piscina directamente. No hay plan mejor para una tarde de viernes.

Mis compañeras son alérgicas al silencio y a la tranquilidad. Sandra no tarda en hacer una llamada y encadenar una conversación de trabajo con un tema personal. No puedo concentrarme y empiezo a hacer mil cosas, pequeñas tonterías para distraerme hasta que se calle: ponerme un poco de gel para matar un grano que me ha salido en el brazo, mirar el cielo azul mientras me pongo barra de cacao en los labios, descubrir una mariquita en la ventana, mirarla embelesada y aguantarme las ganas de levantarme como una loca para hacerle una fotografía, echarme gotas en los ojos, revisar los mensajes en el móvil. A veces puedo ser la más productiva.

lunes, 2 de julio de 2018

El insólito instrumento para ligar

Manos saliendo de una caja de cartón
348/365 - 9/21/2011, de Gabriela Pinto
Esta vez toca una historia superficial, estoy demasiado cansada de todo el curso, del trabajo del último mes, harta de la rutina, para pensar en algo serio. Va de unas cajas plegadas que nos acompañaban tras la puerta desde que terminé la segunda parte de la mudanza de oficina en septiembre. No molestaban mucho salvo por estética. Teniendo en cuenta que entre Sandra y yo tenemos unas seis cajas abiertas, llenas de cosas, porque no tenemos estanterías, las cajas plegadas tras la puerta realmente no molestaban nada ni eran lo más feo de la meeting room, aunque la Pestes, al principio, se quejaba bastante de ellas. Las señalaba con el dedo cada vez que alguien venía de visita por aquí y la gente se giraba preguntando ¿qué cajas? Y al fin las veían, después de recorrer toda la estancia con la mirada y de que la Pestes insistiera e insistiera con su dedo agresivo y punzante.

viernes, 15 de diciembre de 2017

El accidente químico

Puerta en habitación a oscuras
La puerta misteriosa,
de Dorotea Hyde
Abrí la puerta de la Meeting Room y casi me desmayo. Eran las diez menos veinte de la mañana y fue una sorpresa muda, ni hongo radiactivo ni luces boreales. Simplemente llegué con una mochila llena de enfado y frustración porque era el cuarto día seguido que el tren llegaba con retraso y al girar la llave, empujar la puerta y respirar aquello supe que el día iba a ser muy largo. Primero la vaharada me echó para atrás, se me cortó la respiración un instante (ahí fue cuando pensé que iba a perder el sentido) y como seguí en pie entré directa a la ventana. Justo en ese momento, tan oportuna, llegó Sara Pestes y ya no pude abrir. Iba a dar igual, pero aún no lo sabía.

En esta oficina hay una puerta misteriosa que da a un espacio de lo más vulgar: un pequeño almacén al que llamo el cuarto misterioso (perdón por la redundancia) donde las señoras de la limpieza guardan el papel higiénico, las cajas del agua, la aspiradora y materiales de limpieza. El dichoso olor salía de este cuarto y cuando una de ellas se pasó por aquí para coger algo y abrió la puerta, casi nos desmayamos otra vez. Según nos contó un poco cabreada, como si nosotras tuviéramos la culpa, como si preguntar fuera un crimen, a las del turno de tarde se les cayó ambientador. A mí no me olía al que normalmente usan pero me abstuve de hablar no fuera a ser que se enfadara todavía más.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Primera persona del plural

tres orquídeas
Las orquídeas de la meeting room,
de Dorotea Hyde
Me he hartado de la primera persona del plural. Tanto tanto me he hartado, que hasta he sido borde y no me gusta serlo. Demasiado tiempo escuchando tenemos que ir a ver el edificio nuevo, tenemos que quedar con la Rotten para tomar un café (y luego ponerse a hablar con otra persona y ser yo la que aguanta a la pulgas), tenemos que aprender en qué despacho está cada uno, deberíamos aprender el organigrama de la empresa, ¿dónde podemos ver la orden día?, deberíamos conocerla, ¿felicitamos a Violeta por su boda? 

La carrera hacia la bordería empezó a la vuelta de las vacaciones, el segundo día, cuando Sandra me preguntó si sabía algo de Ana y, a continuación, soltó un “tenemos que ir a verla”. Aprecio mucho a Ana, es de lo mejor que pasó por el zulo en mucho tiempo, pero no es mi costumbre pasar mi jornada laboral de paseo, prefiero otras cosas para distraerme. Y en concreto, pasar por esa oficina no me apetece un huevo. El departamento de investigación, cuanto más lejos mejor. Como una oficina compartida no es una casa, no sé siquiera si me pasaré por allí a menos que el trabajo me obligue. Alguien podría decirme que se trata de cortesía, que Ana es algo parecido a una amiga. Me da igual. Empieza a salir mi lado borde simplemente porque Sandra me implica en algo que quiere hacer pero no quiere hacer sola.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Problemas con la conexión wifi. ¿Y qué?

Taza de café humeante simulando una red wifiDesde que nos mudamos a la Meeting Room venimos luchando contra una pequeñita dificultad: apenas hay cobertura wifi. He escrito la oración anterior en primera persona del plural por cortesía. Son Sandra y Sara pestes quienes lo sufren, luchan contra la adversidad y se quejan, sobre todo se quejan. Mucho.

A mí me da igual que haya o no haya… Y ya está el angelito sentado en el hombro derecho obligándome a confesar que en los primeros días, mientras no conectaron nuestros ordenadores a la red, me resultó muy útil que mi PC utilizara su antenita receptora por una vez, aunque era un poco molesto que la señal se perdiera cada dos por tres. Claro, solo un par de días, nada comparable a dos meses. Ocho semanas viendo vídeos a trompicones, sesenta días despilfarrando su dinero para chatear. Imaginad lo desesperada que estaba Sandra en julio, la tensión acumulándose en una de las venas de su cuello, hasta que ya no pudo aguantar más y descargó la energía enviando una incidencia a IT sin comentárnoslo ni a la Pestes y ni a mí. Sandra es de las que necesita la aprobación de los demás hasta para hacer sus cosas pero, curiosamente, contradiciendo esa dependencia para la toma de decisiones, le encanta montar pollos a quien cree por debajo de ella o cree que debería servirla. Humillar para sentirse algo.

martes, 23 de mayo de 2017

Subida de temperaturas para el verano

De pronto tengo calor. No por la temperatura ambiente ni por una insolación, aunque todo contribuye a ponerme al borde de una calentura de las gordas. La causa, debo confesar, es el maromo que está ahora mismo en la puerta del recinto, con traje azul marino y camisa blanca. Venga, voy a ser sincera, ahora mismo no tiene la chaqueta, pero eso está muy cerca de que se quite la camisa también y me pone en una situación hormonal delicada.

Maniquí en la puerta de una tienda
Sin título, de Daniel Sivinjski
No es especialmente guapo, no es muy alto y podría cambiarse el corte del pelo, ¿será, entonces, por el uniforme? A mí me van mucho los uniformados, pero siempre he sido más de marinos, policías y guardias civiles con traje de montar, con esos pantaloncitos ajustados y botas altas marcándolo todo. Uf, me pongo mala de pensarlo. ¿Veis? Sigo caminando hacia el límite. Si escribiera con pluma, la tinta se habría corrido por todo el papel.

viernes, 5 de mayo de 2017

Picores: el síndrome de las mudanzas no deseadas

Fue un pequeño susto. El miércoles cogí el tren como siempre para volver a casa y sentí un cosquilleo en mi mejilla, como la caricia de un delicado fantasma. Me toqué suavemente, casi con pudor y, al mirarme los dedos vi un pequeño bichillo de una especie que desconocía (no, no raro, es que no tengo ni idea de bichos). Hacía un poco de calor, sudaba por el esfuerzo previo y todo empezó a picarme. La caricia en la mejilla se extendió por todo el cuerpo en pocos segundos y se convirtió en urticaria sin contemplaciones. Y con la urticaria vinieron los recuerdos: la Rotten y su mudanza, las pulgas imaginarias, los sarpullidos, la locura del grupo…