viernes, 15 de septiembre de 2017

Primera persona del plural

tres orquídeas
Las orquídeas de la meeting room,
de Dorotea Hyde
Me he hartado de la primera persona del plural. Tanto tanto me he hartado, que hasta he sido borde y no me gusta serlo. Demasiado tiempo escuchando tenemos que ir a ver el edificio nuevo, tenemos que quedar con la Rotten para tomar un café (y luego ponerse a hablar con otra persona y ser yo la que aguanta a la pulgas), tenemos que aprender en qué despacho está cada uno, deberíamos aprender el organigrama de la empresa, ¿dónde podemos ver la orden día?, deberíamos conocerla, ¿felicitamos a Violeta por su boda? 

La carrera hacia la bordería empezó a la vuelta de las vacaciones, el segundo día, cuando Sandra me preguntó si sabía algo de Ana y, a continuación, soltó un “tenemos que ir a verla”. Aprecio mucho a Ana, es de lo mejor que pasó por el zulo en mucho tiempo, pero no es mi costumbre pasar mi jornada laboral de paseo, prefiero otras cosas para distraerme. Y en concreto, pasar por esa oficina no me apetece un huevo. El departamento de investigación, cuanto más lejos mejor. Como una oficina compartida no es una casa, no sé siquiera si me pasaré por allí a menos que el trabajo me obligue. Alguien podría decirme que se trata de cortesía, que Ana es algo parecido a una amiga. Me da igual. Empieza a salir mi lado borde simplemente porque Sandra me implica en algo que quiere hacer pero no quiere hacer sola.

A la segunda meta volante llegué gracias a la Rotten. Me llamó la primera semana de trabajo para preguntarme cómo me habían ido las vacaciones e insistió de nuevo en que teníamos que tomar un café, quizás la semana siguiente. Llevo meses dándole largas así que me fastidió mucho cuando Sandra, al día siguiente de hablar con la Rotten, me dice que tomamos café con ella el viernes. ¿Cómo que el viernes? ¿No era a la semana siguiente? No solo me fastidió que se adelantara y no me diera tiempo a mentalizarme, sino también que fijaran fecha sin consultar. Fui porque quería ver a Ana. Soy tonta, pero no tanto. Si hubiéramos estado solo las tres, me habría rajado en el último minuto, para fastidiar. Estoy en el trabajo, me sobran las excusas.

dos manzanas verdes
Apples. Duo. Senile, de Andrei Zverev 
Después del café vino el asunto con la comida. Antes de las vacaciones teníamos un microondas en la segunda planta así que no bajábamos a la cocina. El problema de la cocina es que para llegar no queda más remedio que atravesar un pasillo formado por una pared y tres mesas de secretarias. Realmente es incómodo, da apuro pensar que las estás molestando. Si eres Sandra, el problema se agrava porque “enfrentarse” sola a esa gente le da vergüenza mortal, además de tener que bajar una planta más. Así que después de comer frío una semana, intentó pegarse a mí para ir a calentar el tupper. Ella incapaz de hacer sola lo que sea; yo incapaz de enfrentarme a los demás. Por suerte, ese día llevaba algo que no necesitaba calentarse si no, habríamos comido frío las dos.

A estas alturas de la carrera ya estaba bastante agobiada viendo mi independencia y mi individualidad amenazada. Mi única y pequeña rebelión fue ir a la farmacia después del café con la Rotten y volver sola a nuestro edificio. Unos minutos de soledad sin voces agudas, sin historias sobre pulgas. De hecho, hubo unos días de tranquilidad, justo hasta hace una semana en que comenzó el sprint. Los acontecimientos se desencadenaron y le presión a mi ego llegó por dos lados. La primera fue un café institucional al que nos invitaron y la segunda, la llegada de unas plantas a la meeting room.

manzana roja rodeada de manzanas verdes
The one, de Rick Chan
Nos llegó, por primera vez desde que estamos aquí, una invitación para el café de bienvenida que se les da a los colaboradores externos a principios de curso. Sandra estaba que no cagaba porque esas cosas hacen que se sienta importante, mientras que a mí me parecen un tostón. El día anterior ya había ido al café de bienvenida de nuestro departamento. Para ese no había opción, pero para el de externos sí. No es solo que no valga para socializar en fiestas, es que tenía cosas atrasadas, aunque en realidad, no tenía que dar ninguna excusa, si no puedo es que no puedo. Solo dije lo del mogollón de trabajo porque Sandra empezó a calentarme la cabeza con el “deberíamos ir” de siempre. Una y otra vez. No puedo. Deberíamos ir. Pues YO no voy a ir. Es que deberíamos ir. Pues ve, no estoy diciendo que no vayas sino que yo no voy. Aunque se moría de ganas, no es capaz de ir sola, así que el no para mí era un no para las dos. Y no fue.

Malditas las coincidencias que a veces hacen que nos agobiemos. Más o menos al tiempo que llegaba esa invitación y discutíamos el nosotras y el yo, llegaron tres maravillosas orquídeas cargadas de flores divinas, hormonadas y forzadas hasta casi el límite. Se las regalaron a Diana y ella las dejó en nuestra ofi mientras no se las llevaba a casa. A las dos trepas con las que comparto habitáculo les faltó tiempo para hacerle la pelota. Soltaron frases zalameras para que no se las llevara y las alabaron hasta saturar la conversación con almíbar envenenado. La pobre mujer vino de vuelta con las flores el lunes. ¿Quién las va a cuidar? Por supuesto que sabéis la respuesta. O esa era la intención de mis compañeras porque no quiero esa responsabilidad ni loca. Primero porque no pienso hacerme cargo de plantas ajenas cuando he llevado todas las mías a casa. Segundo, porque es muy difícil sacar adelante estas plantas en condiciones adversas. Tercero porque han costado un pastón. Cuarto, porque paso, directamente y sin contemplaciones, simplemente por el hecho de que estas dos imbéciles quisieron quedar bien con nuestra jefa pero iban a soltarme el trabajo a mí “porque se me dan muy bien las plantas”. Pues que os quede claro, nenas, a mí los peloteos no me afectan. Ni buena mano para las plantas ni leches.

Manzana roja con dos mordiscos.
Sin título, de Suzy Hazelwood

Así llegó el miércoles y Sandra vio dos flores caídas. Esta es la conversación que siguió:

Sandra: Ay, qué pena, tenemos que mirar si están secas porque quizás tengamos que regarlas.

Dorotea: (yo sí que fui seca y borde) Yo no voy a regarlas.

Sandra y la Pestes: ¡¿NO VAS A REGARLAS?!

Dorotea: Ya os dije el otro día que no quiero esa responsabilidad.


Me puse los cascos y seguí a lo mío. Puede que no siempre me atreva a decir las cosas pero nunca, nunca voy de farol. Hoy, viernes, las pobres orquídeas siguen avanzando en su camino hacia el declive. No solo están desprendiéndose de las flores chupaenergías, sino que a una de ellas se le han caído dos hojas. A pesar de todo yo me quedaría con una si fueran realmente nuestras y no una carga que nuestra jefa nos ha dejado. Al menos, creo que de toda esta historia alguien puede sacar una lección (aunque no sobre la primera persona del plural), otra cosa es que la olviden y cuando llegue el próximo examen vuelvan a suspender.

2 comentarios:

  1. Los líderes de la retórica mentirosa que son los políticos saben que usar el "tenemos que", es la mejor forma de dirigir a sus borregos. Es imperativo pero te incluye de una forma levemente amorosa. Te hace hacer algo que no quieres pero a cambio te mete en el grupo del que te obliga. Me repugna. Se usa en las sectas, en las empresas de captación piramidal, en los lugares de adoctrinamiento político, etc. "Tenemos que" con una sonrisa amable pero falsa y manipuladora. Perfecto para que la gente sin mucha personalidad se sienta arropada. Lo que efectivamente me hace entender que te moleste es que una compañera te haga también eso. Y al final casi siento tu liberación cuando les dices que las flores no son cosa tuya. No te preocupes. El declive de estas llegará con o sin riegos. Te puedes pasar la vida haciéndoles caso a todo o ir acostumbrándolas a que no te pidan nada. Esto último será un pequeño e incómodo proceso pero los resultados serán maravillosos y para siempre. Saludos

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    1. Me encanta tu comentario, S. Ojalá sea así y se acostumbren a que no soy su sierva. Nunca lo he sido, pero ellas lo intentan y lo intentan y lo intentan porque vienen de lugares en los que todo el mundo les baila el agua. Las cosas del trabajo las tengo que aguantar, las que no son del trabajo, no. Por otro lado, quizás tenga yo demasiado sentido de la individualidad, pero ¿quién quiere juntarse con gente así?

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