viernes, 29 de septiembre de 2017

Asco a la obesidad

Quizás me tomo las cosas muy a pecho o quizás es que hay temas que me tocan de cerca y me superan, pero no soporto el trato que Sandra y Sara Pestes les dan a los gordos. No es que sea yo una obesa, pero siempre he tenido sobrepeso. Tengo hipotiroidismo virtual y ansiedad real, y eso hace que me cueste mucho, mucho mantenerme en forma. Cada día nado entre aguas. Las mías, en las que me veo inmensa, como si pesara cien kilos más y fuera la candidata ideal para ser la mujer de Roose Bolton, y las de los demás, en las que me ven estupenda. No sé cuál de las dos visiones distorsiona más la realidad, pero es frustrante vivir así. Sin embargo, no empiezo estas líneas para hablar de mi gordura ni de mis sufrimientos, así que giraré un poco la rueda en la otra dirección.

Adaptación del hombre de Vitruvio con obesidad
Cartel del 24th October World Obesity Day,
de Filimonas Triantafyllou.
A primera hora de la mañana vino nuestra jefa acompañada de una pareja: un compañero que se incorpora el lunes y su mujer. Venían con prisa, casi ni entraron en la oficina, yo ni siquiera me levanté porque pensé que no nos iba a presentar (que es lo habitual, vengan con prisa o no). Un minuto agobiante y se fueron. Si tuviera que describirlos físicamente no sé si podría. A ella, si me la encontrara otra vez, no la reconocería. En él me fijé un poco más porque es con quien voy a trabajar en algún momento en el futuro. Los dos son rubios, él lleva gafas, ella me recordó a Melissa McCarthy, por tipo, por sonrisa de boca y ojos, por su forma de moverse. No creo que se parezcan, pero pensé que estaba viendo a Sookie entre fogones. Me parecieron simpáticos y eso es lo que diría si alguien me preguntara.

Cuando se fueron, la Pestes se fue con ellos y nos quedamos solas Sandra y yo. No puedo jurarlo porque me puse los cascos y me sumergí en mis cosas, pero estoy segura de que su cabeza iba a mil y rebullía en la silla. Es lo que hace siempre cuando algo la reconcome. Lo sé sin ni siquiera verla. Otros cinco minutos y se asoma por el lateral de su pantalla para llamar mi atención. Tiene que decirme algo (lo sabía), solo un cotilleo, una maldad en realidad. Una maldad… Y esa maldad es que nuestro compañero “tiene un cuerpo rarísimo, no es solo que esté gordo, sino su blandura. Porque no tiene barriga, sino que es como si llevara unas bolsas de agua en las caderas. ¿No te fijaste? No puede ser que no te hayas fijado. ¡Cómo no ibas a fijarte! A mí me dejó en shock, me impactó, ¿de verdad no lo viste?”.

Caballero del s. XIX con barriga enorme.
Caballero decimonónico. ¿La barriga será
cervecera? Fotografía de The British Library.
¡Que no, jolines! Vi a dos personas gordas, porque es inevitable no ver la constitución de alguien igual que es inevitable ver el color de su piel, pero les miré a la cara inmediatamente y no sé si él tenía caderas gelatinosas o ella las tetas grandes. Y en realidad lo que me molesta de esto es el asco de su voz, la náusea que sale de su boca al describir sus muslos. ¿De verdad siente esa repugnancia, frívola, en vez de preocuparse por la raíz del problema? Me recuerda al terapeuta de Gordos, al que le daba asco su mujer embarazada. ¿Cómo te puede dar asco una embarazada? ¿Cómo te puede dar asco alguien simpático y encantador que se parece a Sookie? ¿Cómo puedes considerar gordo a alguien que use más de una talla cuarenta?

Para rematar la jugada, regresó la Pestes y comentó lo mismo, pero fue un paso más allá, contando anécdotas “divertidas” de los días que vino a las entrevistas y diciendo que está segura de que aquí (en España) van a adelgazar. Otra pitonisa de tres al cuarto a la que le dan asco los gordos y baja la voz para que no oiga sus comentarios, mi lado suspicaz dice que para no ofenderme porque me considera del mismo equipo. Sin embargo, cuando se encuentra con la extrema delgadez, no suelta un estoy segura de que aquí va a engordar, aunque sea un problema igual de preocupante. No las aguanto, porque de verdad que llevo un mes que no las aguanto, y me molesta todo lo que dicen. Realmente sus conversaciones no son muy estimulantes, pero ¿no me estaré convirtiendo en alguien como ellas y por imitación las he convertido en el objetivo de mi asco? Al fin y al cabo, la idiotez y los prejuicios sí son despreciables.

4 comentarios:

  1. A mí esas conversaciones contra el físico de alguien me molestaban incluso cuando era adolescente. Me parecían vacías. No aportaban nada, me incomodaban aunque se hablase de otra persona así. Miraba al que hacía las críticas y el que me daba asco era él.
    De todas formas tampoco me sorprende viniendo de quién viene. Por otras historias no parecen personas educadas en la empatía y el respeto. También son muy vulnerables. Si se regodean viendo a alguien que creen inferior y eso les levanta el espíritu es que tienen un serio problema.
    Yo ese problema en particular no lo he tenido, he tenido otros. Y desgraciadamente mis respuestas son demasiado beligerantes como para sentar ejemplo. Lo mejor supongo es aislarse mentalmente de estas personas. Aunque sea difícil. Piensa que estas no son referente tuyo de ningun tema. Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo curioso de todo esto es que no es la primera vez, no solo lo que he contado aquí, sino todo lo que no he contado, y me sigue sorprendiendo que sean tan... así. No sé si llamarlas frívolas, venenosas, acomplejadas, probablemente todas esas y más. Pero sí, ambas tienen problemas muy gordos. Yo también, pero no lo pago con los demás, solo conmigo misma.

      Un abrazo.

      Eliminar
  2. Respuestas
    1. Un poco sí jajaja, pero quiero pensar que unas más que otras :D
      Besos.

      Eliminar