lunes, 24 de marzo de 2014

(In)Comunicación

De lo que voy a escribir hoy, no es un asunto sólo de la ofi, es un problema general en el que he pensado (más) desde hace unos meses. Hace unas semanas vi Una pistola en cada mano, de Cesc Gay y desencadenó la necesidad de escribir sobre ello aunque no sea novedad. Una pistola en cada mano es una película sencilla, más teatral que cinematográfica, dividida en varios bloques que parecen cortos y que se conectan en la escena final. Mucho diálogo, no se para de hablar. Antes de terminar te das cuenta de que tanto palique es la excusa para tapar unos problemas de (in)comunicación profundos. Y esto me lleva a lo que vengo observando en la gente a mi alrededor: lo incomunicados y solos que en realidad estamos.

 Una pistola en cada mano

Todo empezó en noviembre. Se me estropeó el móvil y aproveché para pasarme a un smartphone. Presionada por algunos amigos me instalé Whatsapp, pero no hay peor cosa que hacer algo que no quieres hacer. De pronto, gente de la que no había sabido en meses, estaba ahí contándome su vida, otros enviándome chorradas sin parar. En el otro extremo, los que me habían amenazado con no dejarme dormir no respondían a mis mensajes. Los que me conocen saben que no soy nada acosadora, envío los mensajes justos, así que el problema era que simplemente pasaban de mí.

Mi primo me envió una felicitación larguísima y cursi el día de Nochebuena. Lo curioso es que yo no tengo su número, intuyo por qué él tiene el mío, pero nunca hasta ese momento se había dignado a enviarme un sms. Es más, me envió el maldito Whatsapp desde el teléfono del curro, probablemente porque su teléfono personal es un móvil tradicional. Lo bloqueé, aunque luego me arrepentí. Dejando de lado la cutredad que supone que nadie se acuerde de ti porque tienen que gastarse unos céntimos en un mensaje, ¿qué les hace pensar que me voy a acordar de ellos porque no me va a costar nada? Ni corta ni perezosa, a mediados de enero desinstalé Whatsapp y me invadió una felicidad totalmente irracional. Me pasé a Line y Telegram, con todos sus defectos y virtudes, para comunicarme con las pocas personas con las que me interesa comunicarme por ese medio. Pero la cosa va un poco más allá porque no sólo me observo a mí misma, también a los demás.

En Año nuevo muchos hacen borrón y cuenta nueva, otros no tiene agallas pero se confiesan, a algunos nos invade la melancolía. Mi prima está muy deprimida, deprimida en serio y, en Navidad, se desahogó conmigo. Me dijo que estaba harta de las redes sociales, de Facebook, de Whatsapp, de todo el mundo, pero se sentía incapaz de dejarlo de lado. Tanta gente “hablándole” a través del móvil y nadie es capaz de ver que tiene un problema. La luz de la pantalla los ciega. Nadie le dice: te voy a ayudar, voy a acompañarte a un profesional. Sus palabras me influyeron mucho para eliminar Whatsapp de mi vida unos días después, no quiero que me pase eso. Si tengo un problema, quiero que los que me rodean lo vean igual que yo veo los suyos, quiero que quien se comunique conmigo sea porque quiere. Ella fue una de las personas que más me insistieron en instalar Whatsapp y una de las que me enviaba más mierdas que no me interesaban para nada, lo que a ella tampoco le importa y que enviaba porque… ¿por qué? No la añadí a Line y no utiliza Telegram. Le envío sms o emails, como antes. No me responde, como antes.

El fin de semana pasado fui a una conferencia. Anoche me puse a repasar los tuits de los asistentes con el hashtag asociado y me llamó la atención que muchos se conocían por Twitter, que coinciden en otras conferencias, pero al llegar allí, no fueron capaces de decirse ni hola así que había un montón de tuits como: “creo que te vi, pero no me atreví a decirte nada”, “yo también, pero me daba vergüenza”, “me pareció que eras tú, pero no estaba seguro y me dio corte”.

O mi compañera de trabajo, La Otra, que llega al curro y se pasa la mañana enviando Whatsapps pero se nota que no habla con su marido en casa. A veces salen los dos por la mañana y no se han organizado para recoger a los niños, para recoger una alfombra en la tintorería o para avisar a su chica (que está interna) de que el técnico del lavavajillas va a pasarse durante la mañana. Ni siquiera hablan de las facturas y ya les han cortado la luz dos veces.

¿Qué nos pasa? ¿Ya no somos capaces de relacionarnos en persona? ¿Nuestra vida virtual desborda a nuestra vida real? En Twitter hay algunas personas con las que intercambio tuits; escribo mi blog y opino en algún otro; soy usuaria habitual de un foro. Es verdad que se establece una conexión con esas personas y también es cierto que la red ha ayudado a mucha gente a conectar con otros con sus mismas aficiones, problemas o locuras. Y aunque Line y Telegram son ahora el medio que utilizo para comunicarme con gente a la que tengo lejos, ¿es suficiente ese contacto virtual? He conocido en persona a algunos de mis amigos virtuales y la sensación no es comparable, aunque algún hikikomori diga que no le apetezca conocer en persona a su novio/a. ¿Entonces, lo es de verdad? ¿Y las caricias, los abrazos y los besos? ¿Y el sexo? Sí, vale, a los hikikomoris eso les da absolutamente igual, pero muchos viven rodeados de basura y también les da igual.

Castaway on the Moon

Soy bastante solitaria y sin embargo, siempre estoy buscando actividades en las que pueda relacionarme con gente, desde mi clase de pilates hasta la conferencia del finde pasado. No hace falta hacer un amigo del alma en cada una de esas actividades, se trata solamente de socializar, hablar de cosas diferentes para luego llegar a casa y contarle a tu pareja lo que has hecho. Y si no tienes, con más razón para no llegar a tu casa y sentirte vacío.

5 comentarios:

  1. Cesc gay me parece de las figuras más interesantes del panorama actual de cine español. Me la apunto a la laaaaarga lista de películas pendientes, a ver si puedo verla.
    Y sobre lo que dices.. pues más razón que una santa. Hace un par de años me fui a Portugal, y me sentí una enferma porque sólo pillaba WIFI en el supermercado, al cual acudía casi cada día con la excusa de comprar algo pero lo que en realidad quería era "conectarme" con el mundo. Y ya ves, si el mundo sigue girando, estemos o no conectados. No es tan relevante esa "conexión virtual". Lo importante, y lo que tiene que llegar, siempre llega, independientemente de las tecnologías.
    Es alucinante cómo nos hemos acomodado en las posibilidades de las nuevas tecnologías, que cada vez avanzan más, mientras nosotros nos idiotizamos cada vez más.

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    1. Mis paranoias con esto empezaron en verano. Estuve unos días con mis primos, nos íbamos de cañas y se pasaban el tiempo wasapeando, publicando en FB y sacando fotos para publicar. Hacía un año que no nos veíamos y apenas hablamos. De verdad siento que estamos perdiendo nuestras facultades de socializar en persona y que conste que excepto FB y Whatsapp, soy una viciosa de todas esas cosas. Es como una ola que nos arrastra.

      Hace dos años en el master, tuvimos que leer un libro de Julia Cameron sobre creatividad. Tenía un punto de vista muy discutible, pero una de las tareas a hacer, era estar "incomunicado" una semana: ni emails, ni internet, ni redes sociales. Y es una maravilla, te das cuenta de muchas cosas.

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    2. Pues sí, pero al principio cuesta, eh? Menudo enganche estúpido. Hemos conseguido que los móviles sean un apéndice más de nuestro cuerpo.

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  2. Hasta hay ya un chiste del asunto ... el otro día hubo un apagón y se fue la señal del WiFi ... subí los ojos, ví a una gente que decía ser mi familia ... parecen buena gente. :)

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    1. Seguro que en algunos caso, se parece demasiado a la realidad :) Gracias por pasarte!

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